Señales (Cuento de mi autoría)
Y tú, padre mío, allá en tu cima triste,
Maldíceme o bendíceme
Maldíceme o bendíceme
con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócilmente en esa buena noche.
No entres dócilmente en esa buena noche.
Enfurécete, enfurécete
ante la muerte de la luz.
(Dylan Thomas)
Entré a la pequeña capilla de la funeraria. Invadido de tristeza, me sentía como un pozo lleno de alquitrán. Me senté en una de las bancas rectangulares e incómodas de la primera fila. Miré al Jesús de yeso que colgaba en la pared blanca del fondo del pequeño cuarto, junto al atril del cura. Treintañero y con el sufrimiento detenido en el tiempo, me miraba sin verme. Un adorno de flores marchitas yacía a sus pies, una ofrenda más con la que el tiempo no tuvo piedad. Le dije en voz baja:
-Vé, Jesús, dame una respuesta que me saque de esta angustia oscura y espesa en la que se han convertido mis pensamientos.
Pero, no recibí una sola palabra.
-Entonces - respondí al silencio - seré como una piedra, quieto y totalmente callado como vos. Pero, las piedras no lloran y mis ojos se derriten en lágrimas.
De repente, una voz cavernosa desplazó el silencio de la capilla:
-¿Por qué llora muchacho?
Temblé, apreté con los párpados el ardor de mis ojos y por un momento pensé que me tocaría afrontar el dilema del profeta: o enloquecí o he sido elegido por Dios. Sin embargo, al abrir los ojos y voltear la cabeza, me dí cuenta que no era ni lo uno, ni lo otro.
Quién me hablaba era un anciano de unos 80 años, enjuto y seco como las flores del altar. Calvo en la coronilla y en la parte frontal de la cabeza. Tenía barba y bigote largos y poblados. De cabello corto en las sienes y blanco como el vello de la cara. Era alto, y de nariz prominente, lo cual acentuaba su delgadez. Parecía el Quijote de Doré. Se acercó lentamente y en silencio se sentó con dificultad a mi lado, y me dijo:
-No me contestó la pregunta muchacho.
- Da igual - le dije con tono de molestia - La oración solo es la manifestación de la desesperación y la impotencia que siente el humano al descubrir que está irremediablemente solo, que llega solo a este mundo y solo se va. Cuando alguien ora, en realidad se habla a sí mismo.
- Pero ¿Qué cosas dice muchacho? ¿Qué vainas dice mijo? - me dijo abriendo los ojos hasta arrugar totalmente su frente-. Y tras una breve pausa complementó:
-Pero es que Dios no habla mijo, da otro tipo de señales.
-¿Sabe por qué lloro? -le dije con una apenas esbozada sonrisa amarga- Lloro porque mi esposa murió. Se fue para atrás y cayó de espaldas desde el balcón del octavo piso del hotel donde pasábamos la luna de miel, intentando hacer un En Vivo para redes sociales. Los datos de su móvil no funcionaban bien.
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