Borges: ser colombiano es un acto de fe

Ulrica es un cuento de Borges que tiene un sitio especial en el conjunto de su obra narrativa, pues es el único relato del argentino que narra una historia de amor. En el cuento un profesor universitario entrado en años llamado Javier Otálora se enamora de una joven noruega llamada Ulrica o de su imagen, porque al parecer lo que se narra es un sueño. Para efectos de esta nota, lo que llama la atención es el siguiente fragmento:

"Nos presentaron. Le dije que era profesor de la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano. Me preguntó de un modo pensativo: ¿qué es ser colombiano? —No sé— le respondí. —Es un acto de fe—."

En lo que he leído de Borges esta es la única mención que hace de Colombia en un cuento. Otálora, quién no tiene claro qué significa ser colombiano, apela a la certeza que no depende de la evidencia empírica para dar una respuesta ¿A qué se refiere Otálora cuando afirma que ser colombiano es un acto de fe? En Hebreos 11: 1 se dice que la fe es  "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve". Pero ¿qué es aquello que no se ve y de lo cual se está tan seguro? ¿qué es aquello que espera el colombiano con absoluta certeza pero sin evidencia? Tal vez se refiera a esa esperanza mesiánica del colombiano promedio que lo lleva a santificar la política y a vivirla como religión. Que lo lleva a esperar con una ciega convicción que el candidato a alcalde o presidente que venera se pueda ungir como el salvador del pueblo sufrido. 

Ulrica puede ser el único cuento romántico de Borges, pero no es el único que refiere a Colombia. Por lo menos hay uno más que por coincidencia o por las formas misteriosas en que obra Dios tiene que ver con Colombia. En uno de sus cuentos del Aleph Borges dijo que es común entre las personas amenazar de muerte. Bueno, si pensamos en Colombia  es mucho más común, por supuesto. Por ello, complementó Borges: lo original sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad. Al escritor argentino tal vez nunca se le pasó por su mente que un colombiano de carne y hueso, un colombiano no soñado para la ficción, se le ocurriera llevar a cabo tal amenaza. Pero así pasó. En un pueblo de la Costa Caribe, la región que le dió a García Márquez la sustancia de sus ensueños literarios, un alcalde lleno de fe que nunca leyó a Borges, le tomó la palabra al argentino y mediante decreto prohibió la muerte. Otálora tenía razón.



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