Erase una vez un país de mierda de cuyo nombre no quiero acordarme

Todo cae por su propio peso,

no sé si se entenderá el término caer por su propio peso, 

imagínese una estatua hecha de mierda que se hunde

 lentamente en el desierto, bueno, eso es caer por su propio peso

(Roberto Bolaño)


En mi niñez y adolescencia pasé mucho tiempo frente a la televisión. Estuve mucho tiempo contemplando a esa bestia insidiosa que nos convierte en piedra, pasé largas horas frente a esa sirena que llama y canta, que promete mucho y da poco, como dice Ray Bradbury. 

De ese tiempo recuerdo especialmente el 13 de agosto de 1999, pues algo que salía de la pantalla irónicamente me despetrificó. El presentador César Augusto Londoño despidió la sección de deportes de la emisión de la noche del noticiero CMI con la siguiente frase: ¡hasta aquí los deportes, país de mierda! Yo tenía 15 años y Londoño tenía razones de peso para predicar tal cosa de Colombia: habían asesinado a Jaime Garzón por pensarse libre y críticamente este país. 


Eran tiempos en los que la televisión era la pantalla que mandaba la parada, para entretener, para informar y para desinformar obviamente. Aún no era concebible que a través de las pantallas de los teléfonos, en un futuro no muy lejano, la gente del común pudiera expresar su indignación desde las tripas. Las programadoras y los canales controlaban el contenido y privaban a la gente del común de la posibilidad de expresar lo que pensaban del país al gran público, a la gran audiencia. Claro que habían precedentes. El M-19 había intervenido ilegalmente la señal de tv para dirigirse a los colombianos. Pero lo especial del episodio Londoño radicó en que quién habló por los indignados fue precisamente alguien perteneciente a un medio egoísta con la libre expresión del ciudadano de a pie, alguien del status quo, un mediocre presentador de deportes (valga la redundancia) fue políticamente incorrecto. Este acto naturalmente no hace a Londoño un héroe del libre pensamiento y la libre expresión, pero si pone a pensar sobre las razones por las que este sí es un país de mierda, ya sea bajo el imperio de la televisión o de los dispositivos móviles. La consistencia apestosa y nauseabunda de Colombia no se debía solo al monopolio de la censura que tenía la televisión, ni solo a los poderosos que la controlan.

En aquel tiempo, la morronguera y doble moral de las programadoras (que aún persiste) hizo de ese momento de libre expresión de Londoño algo inquietante para mí, pero que hoy en día no me es extraño. Todo el que quiera puede putear al presidente en sus perfiles de redes sociales y tratarlo de cerdo o expresarse de Colombia como un país de mierda, con o sin razones de peso, o desde las tripas, desde la indignación sin color político como Londoño, y nadie se impacta ya por eso.

No obstante, como dijo Umberto Eco, está libertad de expresión que dan las redes sociales también ha dado voz a legiones de idiotas que trivializan cualquier hecho propagando información falsa y creyendo cuánto chisme se publica en perfiles y cadenas de WhatsApp. También han dado la libertad para ser un idiota. Y es que la libertad de expresión no es un bien si no viene precedida de una libertad de pensamiento direccionada por la crítica basada en la evidencia, el razonamiento, la libertad y honestidad intelectual. Cuando la mente está llena de perezosos pensamientos de mierda, lo que se expresa no puede sino apestar como la mierda.

Las redes sociales paradójicamente han dejado todo como estaba en 1999. Al igual que la televisión es una sirena que canta, que promete mucho y da poco. Porque las redes sociales han sacado a flote la mierda que hay en muchas cabezas y que no apestaba públicamente en la época de la televisión, pero que ahí estaba, solapada, secándose y apestando bajo el sol, matando en silencio a los que piensan antes de expresarse, eso fue lo que tal vez expresó en realidad Londoño. Las redes han sacado a flote el contenido de las cabezas de los que se saltan las filas, de los fanáticos políticos y religiosos, de los avispados y avivatos que se pasan los semáforos y se suben en moto por los andenes, de los que sacan a cagar el perro y no recogen la mierda, de los que se aglomeran en fiestas y alrededor del fútbol, y no usan tapabocas en una pandemia, de los que creen que el crimen se acaba linchando y mutilando atracadores, de los que estallan pólvora y hacen tiros al aire en diciembre, de los que se emputan porque se les reclama por violar una norma que protege la vida y la integridad de alguien en la calle y que son capaces incluso de matar a quién les reclama. Lo peor es que no hay una sociedad abierta que neutralice tal aluvión de detritus.

No digo que las redes sociales y la televisión sean malas en sí mismas. Lo que digo es que un país de mierda lo hace también gente de mierda que no ostenta ningún poder.

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