Primero estaba el mar, primero estaba la literatura, después el cine

El mar se veía liso como un espejo y el sonido

 de la ola al caer se oía espaciado,

como la respiración de un animal dormido.

«Una gran bestia dormida», pensó entonces.

«Demasiado repetido y podrido de literario.

Nada brillante el hombrecito esta mañana.

Pero, en fin, algo de verdad habrá en la vaina.

(Tomás González)

El cine y la literatura generan imágenes visuales en espectadores y lectores. Tanto los guionistas y directores de películas, como los escritores de novelas y cuentos generan imágenes en espectadores y lectores. Sin embargo, se puede establecer una diferencia en este punto, que radica en que los escritores de literatura dejan al albedrío del lector la representación visual de personajes, escenas, lugares y situaciones, mientras los cineastas de alguna manera imponen dicha representación visual. Cuando leemos una obra literaria, nuestra imaginación pinta sus propios cuadros a partir de las secuencias narrativas escritas que constituyen novelas y cuentos: ¡imagina visualmente como quieras lo que te expreso con palabras! Parece decir el escritor. Por su parte, los cineastas son como una especie de pintores de fotogramas secuenciados que dan lugar a una narración en imágenes visuales que se reproducen para todos los espectadores por igual, a través de ese mágico artilugio que es el proyector cinematográfico: ¡Yo fabrico la imagen visual de la narración escrita, y tú interprétala como quieras! Parece decir el cineasta. En literatura el proyector es en últimas la imaginación del lector. En cambio, en el cine el proyector es en últimas la imaginación del cineasta.

Quizá esta es una idea que ya circula como un cliché, pero creo que es acertada. Se podría objetar que la literatura y el cine entremezclan por igual otras artes, escritas y visuales, lo cual hace indistinguible una película de una novela. No obstante, ello no afecta sustancialmente la diferencia planteada. Claro que el cine integra diferentes artes: la música, la pintura a través de la fotografía, la escultura a través del vestuario y el maquillaje de personajes y a la misma literatura a través del guion. Incluso, hay películas sobre obras de teatro y acerca de novelas que toman como base inalterada para el guion una narración literaria. Por ejemplo, la película Romeo y Julieta de Baz Luhrmann (1996). Además, es claro que la literatura también involucra otras artes. Existen novelas cinematográficas con banda sonora como Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce de Roberto Bolaño y Antoni Porta (1984) o Tokio Blues, Norwegian Wood (1987) de Haruki Murakami. También, hay novelas que involucran la pintura como Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. Por ejemplo, es maravillosamente simbólica la comparación de la mujer del médico en la parte final de la novela con la mujer del cuadro de Delacroix La libertad guiando al pueblo.

Fotograma de la película Romeo y Julieta (1996)

Sin embargo, en lugar de cuestionar la dicotomía albedrío/imposición de imágenes visuales, lo expuesto en el párrafo anterior refuerza dicha idea. Por más que Luhrmann no altere la escritura de Shakespeare para su película, sí nos impone una estética visual de la obra y sus personajes. Luhrmann se toma la licencia (a mí gusto sin defraudar) que le da el formato del cine para secuenciar con imágenes surgidas de su propia creatividad, una versión noventera, a nivel visual, de la clásica tragedia de Shakespeare. Por otra parte, la citada novela de Bolaño y Porta, parece inspirada en buena medida en el hasta ese momento incipiente género cinematográfico Road Movie o Película de Carretera. Concretamente en la película basada en hechos reales Bonnie and Clyde de Arthur Penn (1967). Sin embargo, el chileno y el catalán dejan a sus lectores imaginar visualmente la narración a su albedrío, eso sí, hasta que un cineasta se tome la licencia de representarlos en una película.

Lo que llega primero, permanece, se queda de alguna manera, pero da lugar a otras cosas. Paradójicamente, la novedad depende de lo que ya se conoce. Primero estaba el mar, pero después fue la vida que salió del mar y la vida no es el mar. Sin embargo, aunque mucha de esa vida salió para nunca volver, los humanos salimos del mar y muchos volvemos a él, algunos lo navegan, otros lo sueñan, lo contemplan desde las orillas o nadan en él, pero siempre está en nosotros. Primero estaba la literatura y luego el cine que navega sobre ella, pero el cine no es la literatura. No obstante, el cine sin la literatura es como un barco que pretende navegar sobre tierra firme, pero la literatura sin el cine es negarse la posibilidad de la novedad, de barcos que navegan en busca de aventurarse a otra manera a vivir algo que nos hace humanos, demasiado humanos: narrar historias.


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