El revólver (Cuento de mí autoría)

 

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.

(Cesare Pavese)

A mi papá lo mataron en la entrada de la casa. Cuando eso pasó yo tenía 10 años. Mi papá golpeaba como loco a la puerta y el miedo, como un veneno, nos paralizó a mi mamá y a mí, y no le abrimos mientras lo cocían a puñaladas. Minutos después, la sangre entraba por debajo de la puerta y el griterío y los murmullos no cesaban. No fue sino hasta que la policía tocó con insistencia que abrimos. Su cadáver tenía todas sus pertenencias, nunca supe por qué le hicieron eso.

Mi papá quería que yo estudiara en la universidad, que fuera algo más de lo que él pudo ser, no quería que me pasara la vida pegando ladrillos, por eso cada vez que podía compraba libros que según él me iban a servir. O eso es lo que me cuenta mi mamá. Aparte de una caja con libros que nunca leyó, mi papá me heredó una mesa de noche que tenía su único cajón con llave. Le dijo a mi mamá que me la diera si él llegaba a morir. Pasaron 10 años para que yo encontrara lo que había en el cajón de esa mesa, gracias a Tania. Conocí a Tania cuando recién ingresé a la universidad pública a estudiar literatura. Tania tenía 18 años y yo 19 cuando empezamos a salir. Era una chica de mediana estatura, estrato 5, muy delgada y caribonita, matriculada en literatura en la Universidad pública, con un desorden alimenticio notorio, amante de la poesía de Pizarnik y Silvia Plath, Nirvana y las películas de espías. Sus padres se la pasaban de viaje. Me gustaba su delgadez, estrujar ese cuerpecito de ave mojada, enferma y desamparada, me hacía sentir fuerte y a ella la enamoraba mi tragedia. Compartíamos gustos y estaba tan  deprimida como yo.

La tarde del día posterior a  mi cumpleaños 20, Tania me dijo

-Siempre he querido saber que hay en ese nochero, saber por qué tiene candado el cajón.

- Yo también siempre he querido saberlo, pero el miedo es un veneno-  Le contesté.

- Pues yo seré el antídoto- Dijo mientras le brillaban los ojos de pajarito sombrío. 

Fue tal mi sorpresa que me llené de un extraño entusiasmo, fui por la caja de herramientas y dañamos el cajón con un martillo y un destornillador. Los dos quedamos paralizados ante el hallazgo. Mi papá tenía un revólver guardado en su mesa de noche bajo llave, un revólver que no le sirvió para nada porque nunca lo sacaba de aquel cajón en el que reposaba junto a un montón de fotos de color sepia que se las estaban comiendo los hongos. Pensé con las entrañas revueltas: mi papá no era un mal tipo maldita sea, sólo quería proteger a su familia, pero se olvidó de protegerse a sí mismo y se acabó la familia. Lo mató este país, esta ciudad, este barrio olvidado por Dios.

Tania y yo nos quedamos recostados en mi cama mirando el techo, mudos por horas. Ya tarde en la noche voltee hacía ella y rompí el silencio. Le conté que hacía tres años sabía quién era el asesino de mi papá y que sabía que vivía a la vuelta de mi casa, y no tenía ni idea sobre qué hacer al respecto. Cuando se lo conté, mirando el techo me respondió

- ¿Sabes por qué me gustan las películas de espías y la poesía de Plath y Pizarnik?

-¿Por qué? Dije atónito.

- Por Vesper Lynd. Dijo Tania relajada, como en trance.

- ¿Te refieres a la chica que se suicida para salvar la vida de James Bond en Casino Royal?

Tania se volteó repentinamente para mirarme de nuevo con sus ojos brillando acompañados de un gesto de ternura en su boca y me respondió

- Que lindo es compartir gustos ¿no?

Vesper Lynd. Interpretada por Eva Gree. Fotograma de la película Casino Royal (2006)

Ante la nueva rareza de Tania no supe que más decir, ni que pensar, el revólver copaba toda mi mente, mi cabeza era el revólver, el arma no dejaba espacio para los absurdos de una niña burguesa deprimida. Tania se quedó a dormir. No pude conciliar el sueño pensando en el revólver, en como el destino se empeñó en colocar en mis manos el medio para cumplir un fin que había intentado eludir por tres años con la excusa de falta de recursos. Después de cavilar toda la madrugada, esperé a que mi mamá se fuera a trabajar y con sigilo envolví el revólver en una camiseta. Luego lo guardé en la tula de hippie que usaba para ir a la U, y lo cubrí con un par de libros encima. Dejé la tula en el cuarto y fui al baño a lavarme la cara. Luego de pasar mis manos mojadas por mi rostro, me miré al espejo que está sobre el lavamanos y recordé aquel verso de Pavese que leí en uno de los libros que me dejó mi papá: “para todos tiene la muerte una mirada”. El sol apenas alumbraba, volví al cuarto por la tula y salí de casa, dejando a Tania dormida.

A unas cinco casas se me atravesó una motorizada. Uno de los policías se dirigió apresurado hacía mí. Cuando estuvimos frente a frente me habló en tono amenazante:

-¡Joven, una requisa!

-¿Qué lleva en la tula marica? Gritó acusador el otro policía recostado en la moto.

- Nada, sólo libros- Respondí con la voz temblorosa y entrecortada.

- Este man tiene algo ahí, mínimo tiene algo que ver con lo de anoche, quítale esa tula - Gritó el de la moto.

El policía que tenía en frente intentó quitarme la tula, pero eché para atrás y no se lo permití. Después de su intento frustrado me empujó hasta hacerme morder el polvo de aquella calle destapada y logró su objetivo. Medio me repuse y me senté para ver como tiraba todo el contenido de la tula al suelo. No podía respirar, mientras veía como cada libro tocaba el suelo, sentía que la tráquea se me cerraba como un puño.

-¡Aquí no hay nada hijueputa! ¡puros putos libros!- Vociferó el agente. Pateó los libros, me pateó en la espalda, se subió en la moto con el otro tombo y se largaron en medio dejando una polvareda.

Como pude me incorporé y llegué a un puesto de arepas donde vendían minutos a celular. Desesperado llamé a Tania

- Tania ¿dónde está el puto revólver?- Dije en con un estertor rabioso, casi sin aire.

-Lo cogí mientras vos estabas en el baño. Lo escondí debajo de mi almohada y en su lugar coloqué más libros en la tula. Lo escondí para matarme cuando salieras de la casa. Pero justo cuando lo iba a hacer, me eché para atrás al verme tan sensual frente al espejo del baño, mientras sostenía el revólver en pose de chica bond.

Respiré hondo tres veces y ya menos agitado le contesté

-Menos mal. Hubiera sido un desperdicio.  

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