El mandado (Cuento de mí autoría)




Robbin' people with a six-gun
I fought the law and the law won.
(The Clash)


Me acuerdo que con mi hermano John Mario nos aplastabamos en el piso a ver Supercampeones todas las tardes después de que llegábamos de la escuela y preciso a mi mamá le daba por joder con los mandados. Después de que siempre perdía en piedra, papel o tijera, nos turnamos  para ir. Nos importaba una mierda que los jugadores se demoraran días en llegar a la portería rival, ni que en una chilena Oliver Atom se quedara suspendido en el aire recordando toda su puta vida por tres capítulos. Frente a ese televisor de pantalla abombada y que a veces se apagaba solo, empezamos a soñar con ser glorias del fútbol. John Mario era mayor que yo un año, y cuando cumplí 18, mientras él entrenaba todas las tardes para convertirse en un portero como Benji Price o Gianluigi Buffon, yo ya me trasnochaba en los bares bebiendo, fumando e ihnalando. 
Roberto Sedinho, un ex jugador de fútbol que ha caído en el alcoholismo, sale de su vicio al descubrir el talento de Oliver Atom y volverse entrenador del equipo de la escuela del niño maravilla.

John Mario era  un man sano y relajado, en la cuadra era el modelo de hijo para las amigas de mi mamá. Aunque era alto y la fuerza le daba para tumbarle la cabeza a cualquier guevon de un sólo golpe, no se peleaba jamás. Una vez inclusive me tocó defenderlo de un mariconcito del barrio que le quería robar una cadena de plata que le había dado mi mamá de primera comunión. Ese día le dije: -a esos hijueputicas hay que ajusticiarlos por cuenta propia, les vale culo matarlo a uno por migajas, hay que darles su masaje a palo, pata, con lo que caiga, si se mueren entonces una rata menos, igual la policía los coge y los suelta a la vuelta de la esquina, dejá de ser tan aguevado-.

Una tarde mi mamá me pidió que llamara a John Mario al celular para que le trajera una chuspa de leche de la tienda. John Mario me dijo: -andá vos, voy a colgar que no hay que dar boleta con el celular por aquí-. Alegué con mi mamá un buen rato, pero me fui puteando al universo por la verraca bolsa de leche. La tienda de la esquina estaba cerrada y maldije a todos los dioses. Tres cuadras más adelante ví un tumulto de gente en la tienda, tombos, cuchas en chanclas y en bata, pelaitos en bicicleta. Antes de llegar al enjambre de chismosos, doña Tulia, una amiga de mi mamá se me atravesó y me abrazó llorando. Abotagada de mocos, sudor y lágrimas me decía desesperada: mijo confundieron a su hermano con un ladrón de  celulares y le cortaron los dedos, se quedó sin deditos mijo!

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