Farenheit 451 o nuestra natural tendencia a ser felices siendo estúpidos
Hace mucho tiempo quería escribir algo sobre la novela Farenheit 451, pues llevo leyéndola con mis estudiantes de grado décimo hace unos tres años. Así que lo que hay aquí escrito es en parte reflexiones de ellos, y es en su totalidad este escrito un homenaje para ellos.
Beatty comienza situando el origen
del nuevo oficio de los bomberos en un hecho histórico que llama Guerra Civil,
pero del cual no ofrece datos ni cronológicos, ni de ningún otro tipo. Según
Beatty, más que la guerra, lo determinante para que los bomberos adquirieran un
lugar importante de poder en la sociedad por quemar libros fue el cambio en las
relaciones sociales que produjo la implantación de la fotografía, pues ello dio
lugar a la masificación de información a través de medios que mezclan la imagen
con sonido: películas y televisión. Esta masificación de la información junto
al crecimiento exponencial de la población, dieron lugar a una precarización y
aversión hacia la intelectualidad forjada desde la escritura y lectura de
libros. Libros, películas, revistas, programas de radio y televisión de bajo
nivel empezaron a estar presentes en cada casa las 24 horas del día, generando
una grotesca homogenización y reducción de las interacciones sociales. La sobrepoblación
y los medios masivos acortaron las distancias entre las personas acelerando y
simplificando la vida en todos sus aspectos. Es de anotar, que es visionario
que en la novela la televisión sea interactiva, un antecedente de nuestros
actuales dispositivos como los móviles de última generación.
La educación es otro ámbito de la vida que también se simplifica. La simplificación de la vida en la sociedad que describe Beatty es un proceso que vive todo sujeto desde sus etapas más tempranas hasta la edad adulta. La educación es una etapa de un proceso de adiestramiento que funciona como un laberinto sin salida. A los colegios se ingresa cada vez a una edad más corta para que el individuo no sienta que pertenece a una familia, es decir, para que el individuo no sienta arraigo por algo que no sea la aldea global de felicidad del sistema. En los colegios los deportes y clases como la clase de televisión, ocupan casi todo el currículo. En la Universidad se acortan los años de carrera y se eliminan materias como Filosofía e Historia, la pronunciación y redacción del lenguaje se descuidan. Los clásicos, aquellas obras inmortales como Hamlet que eran leídas y estudiadas en profundidad en colegios y universidades, fueron reducidos primero a emisiones radiofónicas de 15 minutos, luego a resúmenes dentro de los diccionarios.
Cada uno, tomado aparte,
es pasablemente inteligente y razonable,
reunidos, no forman ya entre todos,
sino un solo imbécil" (Schiller)
En 1953 la Guerra Fría estaba en
pleno auge. La Segunda Guerra Mundial había terminado pocos años antes dejando
dos superpotencias en competencia continua: Estados Unidos y la Unión
Soviética. Ambas naciones estaban a punto de embarcarse en una legendaria carrera
espacial y de armamento, que dio lugar, entre otras cosas, a grandes canciones
como Space Oditty de David Bowie y Rocket Man de Elthon John, y a películas
estupendas como Dr Strangelove de Stanley Kubrick. Bueno, y al terror e
inminente peligro de una guerra nuclear que amenaza con dejar a la tierra
flotando en el espacio de forma tan inerte como el satélite natural que la
circunda. Irónicamente la Guerra Fría amenazaba con incendiar el planeta.
Y de eso va la novela que nos
interesa: de fuego, de quemas, de incendios. En 1953, ese año situado en una
época de tensión global, se publica la novela Farenheit 451 de Ray Bradbury. En síntesis, la novela es la
historia de Guy Montag, un bombero que vive en un Estados Unidos futurista en
el que los ciudadanos están profundamente alienados en un sistema totalitario. Yendo
más allá de la sinopsis, nos encontramos que el totalitarismo de Farenheit no
es a la vieja usanza como el de Hitler o Stalin. Más bien es un totalitarismo
de mercado, dónde el espectáculo, sobre todo televisivo, es el encargado de
homogenizar el pensamiento y los intereses de las personas vaciando de
contenido la libertad de expresión y de acción. Bradbury veía en la naciente
tecnología de la televisión un potencial instrumento que se puede utilizar para
alienar mentes de manera masiva, y no se equivocaba. Como todo sistema
totalitario, el que se describe en la novela excluye el libre pensamiento de
cualquier interacción social. La libre expresión se conserva pero vacía de un
contenido importante: la reflexión rigurosamente argumentada. No es de extrañar
que libros de corte filosófico como Walden de Thoreau u obras literarias como
Fausto de Goethe y El Proceso Kafka, que ahondan en el sentido de la existencia
humana desde distintas perspectivas, sean una amenaza para un sistema al que no
le interesa el pensamiento divergente y profundo.
Fotograma de la película Dr Strangelove: o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba (1964) de Stanley Kubrick |
Es por ello, que en esta retorcida
sociedad, el trabajo de Montag no es apagar incendios sino quemar libros. Si
bien a la gente en general ya no le interesa sumergirse en obras como La Ilíada
o El Quijote, sino en telenovelas y programas de concurso, el sistema cuenta
con que siempre habrán algunas personalidades rebeldes tentadas a nadar en lo
profundo de sus páginas en busca de tesoros que la superficial televisión no
ofrece. En consecuencia, los libros en la sociedad de Farenheit 451 son
considerados como cajas de Pandora, objetos que al abrirse sólo traen conflictos,
sufrimiento, desgracias y melancolía, pues aíslan al individuo de la masa que
acepta sin resistencia el modelo de vida feliz que impone el sistema. Si los libros están prohibidos, quién los
posee, los escribe o los lee, se vuelve un enemigo del sistema. Para el sistema
totalitario de Farenheit, alguien que tiene un libro es como alguien que tiene
una bomba armada escondida en el sótano de la casa, es decir, un potencial
criminal o un terrorista. Por eso es necesaria una fuerza coactiva que desarme
al delincuente, que haga cenizas los libros. Esta fuerza son los bomberos o
como los llama Beatty, el Jefe de Montag, Guardianes de la felicidad, cuyo
papel es servir de “censores oficiales, jueces y ejecutores” del sistema. Poseer,
leer y escribir libros es un crimen y los bomberos son la justicia. Los libros ponen
en peligro la felicidad de la mayoría, convirtiendo también a cada ciudadano en
un censor y juez de los demás, en un guardián honorario de la felicidad.
Pero ¿cómo llegó la sociedad a un
estado de cosas dónde los libros amenazan la felicidad y se persigue sin tregua
a quiénes los poseen? Sobre el final de la primera parte de la novela titulada Era estupendo quemar se ofrece una
respuesta a esta cuestión. Después de conocer a una vivaz y curiosa joven
llamada Clarisse McCellan quién confronta a Montag sobre cómo está llevando una
vida que no ha elegido, y después de presenciar como una mujer a la que los
bomberos han allanado su casa prefiere prenderse fuego a sí misma junto a sus
libros antes de seguir viviendo sin ellos, Montag entra en una crisis de
conciencia moral en la que empieza a preguntarse sobre el orden social del que
hace parte, sobre por qué es bombero, sobre por qué no recuerda cómo se enamoró
de su esposa. Roba un libro de la mujer inmolada y se recluye en casa
rehusándose a ir a trabajar en medio de una crisis nerviosa. Beatty va a
visitarlo, mostrándose como un jefe comprensivo, dando a entender a Montag el
tipíco lema del entrenador, o lo que hoy llamaría coaching: a los mejores nos pasa. En esta visita le cuenta a Montag
cuándo y cómo los bomberos pasaron de apagar incendios a quemar libros, y en
general como la sociedad llegó a ser lo que es y por qué, y a juicio de Beatty,
es necesario mantenerla así: ignorante y feliz.
Fotograma de la película Farenheit 451 (1966) de François Truffaut. |
Según cuenta Beatty, tres son los
ámbitos de interacción social humana determinantes en su simplificación para
tener una sociedad homogenizada en su forma de pensar y actuar: la política, la
educación y las minorías. En el caso de la política, quedó reducida a eslóganes
en radio o televisión o a una breve columna en un diario: un titular y un par
de frases. En consecuencia, afuera de la esfera pública quedaron los discursos
elaborados y divergentes entre sí sobre mejorar el orden social o criticar el
ya establecido, por lo tanto, expulsados también quedó el debate y la discusión
desde una postura propia y elaborada. Afuera también quedaron, por supuesto, los
tratados extensos de filosofía política, y por tanto aquellos políticos que los
invocan en su discursos. La democracia en esta sociedad no desaparece del todo,
sino que se convierte en una democracia de mercado. Se celebran elecciones para
cargos públicos, la gente puede elegir con su voto, pero los criterios para
votar del electorado se basan en aspectos personales y superficiales sobre los
candidatos. Para Mildred, la esposa de Montag, y sus amigas, por ejemplo, el
candidato ideal es aquel que se vea mejor en traje, que se vea joven, y cumpla
en general los criterios de belleza física que promueven los medios, que se vean
como los modelos asépticos de los comerciales de máquinas de afeitar. Poco
importa si las propuestas de los candidatos están rigurosamente planteadas para
mejorar las condiciones de vida de todos, lo relevante es que el candidato se
vea bien a los ojos como un producto en las góndolas de un supermercado. Así, la política es simplificada,
reducida a un programa de concurso, a interacciones sociales exclusivamente
mediadas por criterios superficiales, despojada de todo humanismo.
La educación es otro ámbito de la vida que también se simplifica. La simplificación de la vida en la sociedad que describe Beatty es un proceso que vive todo sujeto desde sus etapas más tempranas hasta la edad adulta. La educación es una etapa de un proceso de adiestramiento que funciona como un laberinto sin salida. A los colegios se ingresa cada vez a una edad más corta para que el individuo no sienta que pertenece a una familia, es decir, para que el individuo no sienta arraigo por algo que no sea la aldea global de felicidad del sistema. En los colegios los deportes y clases como la clase de televisión, ocupan casi todo el currículo. En la Universidad se acortan los años de carrera y se eliminan materias como Filosofía e Historia, la pronunciación y redacción del lenguaje se descuidan. Los clásicos, aquellas obras inmortales como Hamlet que eran leídas y estudiadas en profundidad en colegios y universidades, fueron reducidos primero a emisiones radiofónicas de 15 minutos, luego a resúmenes dentro de los diccionarios.
Finalmente, las obras clásicas
quedaron consignadas en breves sinopsis dentro de libritos que prometían la
lectura rápida de todos los clásicos. De esta manera, los grandes libros fueron
expulsados del sistema educativo, al igual que del ámbito político y reducidos
a un artículo o mención en revistas de farándula. El Quijote, La República y
Hamlet leídos en minutos: una vasta cultura general para presumir con los
vecinos. En últimas, el sistema educativo se reduce a un mero entrenamiento
para una vida reducida a la explotación laboral y el placer efímero e inmediato.
En las universidades solamente importa graduar deportistas y técnicos que
reparan y operan máquinas como ensambladoras de autos o aviones, borrando de la
vida social la figura del profesor y la del sabio, reduciendo así la palabra intelectual (lector de libros) a un
insulto.
Por su parte, en cuanto a las
minorías, otra posible fuente de pensamiento independiente del sistema, nadie se mete con ellas, ni con amantes de
perros o gatos, mormones, médicos, abogados, cocineros, etc. Es decir, nadie
quiere en ningún programa de televisión o libro pensar con profundidad sobre la
vida real de los individuos o las minorías de las que hacen parte:
A la gente de color no le gusta El pequeño Sambo. A quemarlo. La gente
blanca se siente incómoda con La cabaña del tío Tom. A quemarlo. Escribe un
libro sobre el tabaco y el cáncer de pulmón ¿Los fabricantes de cigarrillos se
lamentan? A quemar el libro. Serenidad, Montag. Líbrate de tus tensiones
internas. Mejor aún, lánzalas al incinerador, ¿Los funerales son tristes y
paganos? Eliminémoslos también, Cinco minutos después de la muerte de una
persona en camino hacia la Gran Chimenea, los incineradores son abastecidos por
helicópteros en todo el país. Diez minutos después de la muerte, un hombre es
una nube de polvo negro. No sutilicemos con recuerdos acerca de los individuos.
Olvidémoslos. Quemémoslo todo, absolutamente todo. El fuego es brillante y
limpio.
Los libros llenos de pensamientos
filosóficos complejos generan discusiones para establecer diferencias entre las
personas y los grupos de personas a través de comparaciones desfavorables con
críticas, refutaciones y argumentos. Después de resumidos, los libros deben
quemarse. Así, la gente dejó de leerlos y escribirlos, y pasó a verlos como
talismanes para resentidos sociales, quedándose las mayorías sólo con las
historietas, revistas insulsas sobre famosos y revistas eróticas en tercera
dimensión, abrazando el facilismo y la comodidad del consumo. Cada ámbito de la
vida fue simplificado progresivamente, con una aceptación pasiva, y en cada
ámbito de la vida los libros fueron dejados de lado como objetos obsoletos y
peligrosos. Así fue como se instauró una sociedad sin conflictos, simplificando
las interacciones sociales en los ámbitos sociales que pueden generar
pensamiento autónomo, independiente del sistema, simplificación que incluye la
eliminación de los libros en cada esfera social. Como resultado se obtiene una
sociedad feliz, es decir, sin preocupaciones, sin sorpresas como dice Radiohead
en No surprises, con una receptividad
pasiva y sin freno a estímulos condicionantes y placenteros:
Has de comprender que nuestra civilización es tan vasta que no podemos
permitir que nuestras minorías se alteren o exciten. Pregúntate a ti mismo:
¿Qué queremos en esta nación, por encima de todo? La gente quiere ser feliz,
¿no es así? ¿No lo has estado oyendo toda tu vida? “Quiero ser feliz”, dice la
gente. Bueno, ¿no lo son? ¿No les mantenemos en acción, no les proporcionamos
diversiones? Eso es para lo único que vivimos, ¿no? ¿Para el placer y las
emociones? Y tendrás que admitir que nuestra civilización se lo facilita en
abundancia.
¿Para qué preocuparse por aprender
algo más complicado que apretar botones, conectar conmutadores y apretar
tuercas? ¿De qué sirve estar pensando en el por qué y para qué de la
existencia? La respuesta es clara para Beatty: no sirve de nada. Lo mejor es
aceptar sin cuestionamientos un modelo de vida feliz sin intrincadas y
profundas preguntas sobre el universo y nuestro papel en él. Un modelo de vida
en el cual el empleo es la mitad de la existencia y la otra mitad es el placer
después del trabajo: sentarse agotado a atontarse frente a las pantallas de
televisión viendo programas de deportes y de concurso, para fortalecer el
espíritu de grupo y obtener diversión, atontarse con fármacos sedantes hasta
quedarse dormido y con entretenimiento ligado al espectáculo en general:
Cualquier hombre que pueda desmontar un mural de televisión y volver a
armarlo luego, y, en la actualidad, la mayoría de los hombres pueden hacerlo,
es más feliz que cualquier otro que trata de medir, calibrar y sopesar el
Universo, que no puede ser medido ni sopesado sin que un hombre se sienta
bestial y solitario. Lo sé, lo he intentado ¡Al diablo con ello! Así, pues,
adelante con los clubs las fiestas, los acróbatas y los prestidigitadores, los
coches a reacción, las bicicletas helicópteros, el sexo y las drogas, más de
todo lo que esté relacionado con reflejos automáticos. Si el drama es malo, si
la película no dice nada, si la comedia carece de sentido, dame una inyección
de teramina. Me parecerá que reacciono con la obra, cuando sólo se trata de una
reacción táctil a las vibraciones. Pero no me importa. Prefiero un
entretenimiento completo.
En este orden social, no hay
necesidad de pensar en cosas como el sentido de la vida, ni escribir sobre
ello, ni esforzarse por alcanzar uno propio, hay un sistema que predetermina
todo eso. Por eso para Montag es tan chocante cuando Clarisse le hace una
pregunta tan aparentemente simple: ¿Es usted feliz? Para el sistema y sus
guardianes pensar en ello solamente genera melancolías insulsas. En
contraparte, la persona infeliz para el sistema es aquella que se cuestiona a
sí misma y a la sociedad en la que vive, alguien como Clarisse. Hay cosas que
es mejor ignorar, diría Beatty, porque pensar en ellas causa angustia,
tristeza. Es mejor estar ocupado trabajando y entretenido fuera del trabajo,
pues no se da uno cuenta que vive como una rata en un laberinto de Skinner
mientras acepta ese destino como felicidad: la ignorancia es la felicidad.
Tenemos así un sistema que a través del entretenimiento y la explotación laboral
homogenizan la vida para que la población ignore la importancia de practicar la
libertad de pensamiento, y acepte como felicidad el modelo de vida que el
sistema ofrece. Una sociedad con libertad para expresarse, pero sin ningún
pensamiento libre que expresar:
Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le
enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo
uno. o, mejor aún, no le des ninguno. Haz que olvide que existe una cosa
llamada guerra. Si el Gobierno es poco eficiente, excesivamente intelectual o
aficionado a aumentar los impuestos, mejor es que sea todo eso que no que la
gente se preocupe por ello. Tranquilidad, Montag. Dale a la gente concursos que
puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres
de las capitales de Estado, o cuánto maíz produjo lowa el año pasado.
Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se
sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán
la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse.
Así, según Beatty, las mentes se
mueven al ritmo de la mecánica de los estímulos sensoriales y de la información
propagada de manera sesgada e inconexa por los dispositivos tecnológicos:
“Acelera la proyección, Montag, a prisa. ¿clic? ¿película? Mira, ojo, ahora,
adelante, aquí, allí, a prisa, ritmo, arriba, abajo, dentro, fuera, por qué,
cómo, quién, qué, dónde, ¿Eh?, ¡Oh!, ¡Bang!, ¡Zas!, ¡Golpe!, Bing, Bong, ¡Bum!
Selecciones de selecciones”. Esta compulsiva dinámica que describe Beatty hace
que las mentes de las personas giren como ropa en una lavadora que elimina como
suciedad cualquier pensamiento que invite a reflexionar, que invite a frenar la
máquina de imágenes y lenguaje simplificado que sobre estimula los cerebros con
información de contenido fugaz, sesgado, parcial e inconexo. Cómo dice el
escritor colombiano Efraim Medina, las mentes quedan a merced de “la máquina de
moler sesos del consumo generalizado que nos reduce a muñones serviles que
responden a estímulos que hasta un perro drogado rechazaría”. Cuando la máquina no funciona, cuando en un
individuo se asoma el menor atisbo de insatisfacción contra este acelerado y
convulsivo modo de vivir el día a día, a ese individuo le quedan tres opciones
para afrontar la angustia, ese vértigo de la libertad como dice Kierkegaard,
que produce desconectarse de la comodidad y seguridad del sistema: acudir a los
fármacos para adormecer cualquier instinto de la mente por liberarse como lo
hace Mildred, vivir escondido y acobardado guardando odio contra el sistema
como lo hace Faber o rebelarse contra el sistema como finalmente lo hace Montag
y arriesgarse a ser perseguido, difamado y borrado.
Pero ¿quién, quiénes o qué han
diseñado el sistema de simplificación de la vida? Cinco años antes de Farenheit
451, George Orwell había publicado la primera gran distopía de la posguerra: 1984 o El último hombre de Europa.
Orwell imagino un futuro en el que el globo había sido dividido por los humanos
en tres grandes zonas que funcionaban como campos de concentración panópticos,
constituyendo un mundo en el cual la guerra era la excusa perfecta para que un único
partido dirigiera la humanidad desde y hacia el miedo, y el odio. Para Orwell
el futuro era una bota aplastando un rostro humano por siempre. A diferencia de
Orwell, para Bradbury la guerra no es el gran telón de fondo ni uno de los ejes
de su historia. En Farenheit la guerra es un fantasma que solo se materializa
hasta el final con el fuego radioactivo. La guerra en la sociedad de Bradbury
no es uno de los ejes del control social, como no lo es infligir sufrimiento, ni
terror. Sin embargo, aunque en Farenheit el castigo, la persecución, la tortura
y el sufrimiento no son prioridad del sistema para manipular la voluntad, no se
desecha del todo su uso, queda reservado para aquellos rebeldes más radicales.
La voluntad de los individuos se controla primordialmente con una ilusión de
felicidad basada en el placer inmediato del consumo de tecnología mediática y
fármacos legales, y quién no quiera ser feliz así es desaparecido.
Si en la distopía de Orwell la ignorancia
es la fuerza del Partido que todo lo controla, manteniendo a sus esclavos al
borde de la inanición y bajo el constante miedo al fuego de una guerra que
nadie gana, en Farenheit 451 la ignorancia es la felicidad. Cómo dice Beatty,
ningún gobierno tuvo que imponer por la fuerza o la violencia este estatus quo
de vida simplificada compuesto por sujetos totalmente irreflexivos. Poco a poco
las personas fueron aceptando la comodidad que supone no pensar por sí mismos, cambiando la laboriosa reflexión por el corriente
entretenimiento, no fue el gran plan impuesto a la fuerza por un diabólico
dictador o una perversa élite. Poco a poco las personas aceptaron un sistema
regido por una tecnología al servicio de una banalidad que no da pie a
conflictos internos ni con el otro, una comodidad que fueron identificando con
la felicidad, donde los libros no tienen cabida y se necesita quién los
incinere:
Ahí tienes, Montag. No era una imposición del Gobierno. No hubo ningún
dictado, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las
masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la
actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente, se le
permite leer historietas ilustradas o periódicos profesionales.
Como un presagio, hoy en día la
centrifugadora de mentes de la que habla Beatty se ha perfeccionado con las
redes sociales. La televisión ha cedido gran parte de su reino a los
dispositivos móviles. Sin embargo, ella misma se ha vuelto interactiva como los
teléfonos de última generación, las tablets y laptops. Antes era necesario
llegar a casa después del trabajo u otro compromiso social para tener una
pantalla alienante ante los ojos. Hoy en día gracias a la telefonía móvil el
zapeo en la televisión se realiza en medio de una comida de negocios, durante
las clases en el colegio, en reuniones familiares, en la oficina, y por
supuesto en casa, somos en todas partes gatos de Schrödinger. Se desliza el
dedo por los muros de las redes sociales de manera ansiosa, convulsa. En
Facebook, Instagram, Whatsapp, Tik Tok, y otras aplicaciones, las personas
viven conectadas la mayoría de las horas del día en una dinámica de
estímulo-respuesta parecida a la que describe Beatty: meme, titular sobre un
desastre, meme, Pipe Bueno ahora es padre, Luisa W viuda de reguetonero es la
madere del hijo de Pipe, fono mímica de un diálogo de telenovela con un trapeador
en la cabeza, como me veo del sexo opuesto, avatar, trucos para mantener los
tenis nuevos, Kylie Jenner enamora bronceándose boca abajo.
Todos conectados, comentándose,
regurgitando y pasándose entre sí opiniones tan vacías como la información en
la que se basan sus reacciones. Mientras tanto, con sus me gusta, y me encanta,
y me importa, hacen estudios de mercadeo para poner el consumo de cosas
desechables e inútiles por encima de la propia vida, hay que ver el rostro de
alegría de quienes salían con un televisor nuevo del Covid-Friday. Los
políticos y los banqueros hacen y deshacen en medio de desastres mientras los
ciudadanos se entregan a orgías de consumo. Sin embargo, la tecnología no es
por sí sola el Leviatán al que entregamos nuestras libertades, nuestra
capacidad de servirnos de nuestra propia razón. Pierre Bourdieu decía en una entrevista
que era irónico estar promocionando su libro que crítica la televisión en un
programa de televisión. Ahora mismo, y guardando las proporciones, este texto
lo escribo en una laptop para luego subirlo a internet. Como se señala en la
novela de Bradbury, la tecnología es sólo el medio, y hoy en día es un medio
donde libremente podemos leer grandes libros y rigurosas investigaciones. Al
sistema no le interesa ya quemar libros. Lo que si prevalece de la novela ahora
es el desinterés por leer eso interesante e importante que hay en internet. Tal
vez sea nuestra natural tendencia a desear una vida de placer sensorial
constante e intenso, la sobrepoblación y otros factores lo que nos hace más
receptivos a los contenidos insulsos y veloces que se nos transmiten por estos
medios.
Ya hace mucho tiempo que no hay
guerras mundiales. La amenaza de una bomba nuclear cayendo desde el cielo con
un vaquero sobre ella como en Dr Strangelove es un temor que surge y desaparece
esporádicamente en redes sociales y noticiarios de televisión. Siempre habrá
una loción de calamina en los medios para un cerebro estresado al sentirse
presionado a pensar por sí mismo cuando tiene al frente la muerte, ya sea por circunstancias mortales
provenientes de la mano del ser humano o la naturaleza. Siempre habrá un avatar
o una aplicación para vernos como el sexo opuesto, siempre habrá un día sin IVA
para conseguir el televisor de última generación y soñar con el éxito de
presentadores, modelos, futbolistas o narcotraficantes homenajeados en
telenovelas. La mayoría de la gente opina de política después de leer en un
muro de red social sólo un titular y dos frases, todo se reduce a petristas,
uribistas, feminismos homogenizantes, en últimas, totalitarismos ideológicos
que nadie sabe bien de que se tratan. No se lee a profundidad ni libros ni
investigaciones extensas porque confundimos ser libres de expresarnos con ser
libres de decir lo primero que se nos ocurre, sin crítica ni autocrítica.
Hoy nos amenaza un virus, y en redes
curas milagrosas y conspiraciones están a la orden del día, la información
científica y su análisis crítico se diluye en el vomitorio que se llegan a
convertir los televisores, las laptops y los móviles. La propia naturaleza de
la que hacemos parte, esa naturaleza que se devora a menudo a sí misma para
generar o mantener más vida, esa naturaleza de la que hacemos parte con nuestra
inteligencia para conocerla o para conocerse a sí misma, nos pone hoy de
manifiesto la fragilidad de la existencia humana como especie. ¿Y si ahora las
bombas nucleares estallan o un virus más terrible y devastador aparece? ¿Y si
nuestra también natural tendencia a ser felices siendo estúpidos persiste en
medio del desastre natural y social? ¿Qué quedará? Quizá solo un grito de
espanto viajando para siempre en un universo lleno solamente de rocas y fuego,
el grito de una especie que no se dio cuenta que se aniquilaba a sí misma
porque estaba ocupada siendo feliz. O tal vez queden solamente unos cuantos que
hayan memorizado las grandes obras, los grandes libros, algunos que se
detuvieron en medio de la andanada de estímulos estupidizantes y dijeron ¡Sapere
Aude! O ¡Conócete a ti mismo! dispuestos a empezar de nuevo.
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