¿Quieres ser un Minotauro?
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Póster de la película ¿Quieres ser John Malkovich? (1999) de Spike Jonze. |
Antes
de leer ésta reseña les recomiendo leer el cuento La casa de Asterión de Jorge Luis Borges. Aquí un enlace donde
pueden leerlo: https://ciudadseva.com/texto/la-casa-de-asterion/
Es la idea de estar
en la piel de otra persona
y ver lo que ellos ven,
sentir lo que ellos sienten.
(¿Quieres ser John Malkovich?)
Cuando leo y trato de comprender un relato de Borges siempre viene a mi mente una frase del filósofo David Hume en su Tratado de la naturaleza humana: “Yo he visto París, pero ¿afirmaré que puedo formarme una idea tal de esta ciudad que reproduzca perfectamente todas sus calles y casas en sus proporciones justas y reales?”.
Por más redundante que suene, leer un cuento de Borges es entrar en un laberinto. El
cine, puede servir por lo menos de
entrada al laberinto. En la película de Spike Jonze ¿Quieres ser John Malkovich? (1999) se muestra la posibilidad de
habitar otra persona y vivir su vida, sentir sus sensaciones, emociones y
deseos, es decir, se muestra la posibilidad de experimentar ser, no figurativamente, otra persona por unos cuantos minutos. Ya en 1947 Jorge Luis Borges
había realizado un ejercicio imaginativo
similar al crear su propia versión del mito del Minotauro en su cuento La
casa de Asterión. Durante gran parte del relato Borges nos sitúa en la mente del Minotauro para contar la
historia desde la percepción del “monstruo” creando una versión no oficial del mito. Algo parecido hace en Tres
versiones sobre Judas o cuando parodia de una manera portentosamente
ingeniosa La Pasión de Cristo en otro cuento del Aleph: El muerto. Una constante en la literatura borgiana, donde las historias
que hacen parte ya de la cultura popular son reelaboradas para dotarlas de
nuevos significados: el plagio elevado a obra de arte. Estos recursos narrativos
le sirven a Borges para hacer del cuento La
casa de Asterión un espejo inverso de la versión oficial del mito, que reduce al Minotauro a una bestia. Así, a través de la experiencia literaria Borges permite al lector estar en la mente del
Minotauro como Craig y compañía (en un principio) dentro Malkovich, sin
pilotearlo, sin manejarlo como un titiritero y así percibir la inocencia, y la honda soledad que lo habita.
De
esta manera, podemos recorrer junto a Asterión su día a día. Nos damos cuenta
como se distrae en sus largas horas jugando a que lo buscan, como un niño sin amigos que juega solo a las escondidas, imaginando que hay
otro Asterión a quién le enseña su casa en donde no hallará “pompas mujeriles
(…) ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la quietud de la soledad”. Asterión
con apariencia de bestia en su interior es un niño solitario. Para los otros, los hombres, Asterión
es un solo un monstruo horrible y peligroso que está prisionero en un laberinto dónde siempre debe estar. Sin embargo, nuestro
personaje desmiente esta condición: “Otra especie ridícula es que yo, Asterión,
soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay
una cerradura?”. Así, la prisión, o como diría Jean Paul Sartre el infierno, no es el
laberinto, la celda son los otros. Son los otros que con su rechazo retraen a Asterión a encerrarse en el laberinto. Tan absurda es la categoría de reo en la que
se encasilla a Asterión, que incluso nos cuenta como en algún atardecer salió
del laberinto a recorrer las calles, y precisamente aquello que lo obligó a
volver fue el temor que generó en él las expresiones de horror,
prevención, agresividad, miedo, en últimas de rechazo y repulsión de esos seres
de rostro extraño que llaman hombres y mujeres. Ante ésta situación, tal vez
como consuelo, Asterión apela a su linaje para explicar el rechazo. Como hijo de la reina Pasífae, el
vulgo no está a la altura de su origen. Asterión no sólo apela al linaje
para guardar la distancia con los hombres que lo excluyen, tampoco es capaz de escribir, algo tan propio de los seres humanos. Por ésta razón también se produce la sensación en el lector de estar en su
mente e ir sellando poco a poco una fuerte empatía con el personaje. Aunque
eche de menos saber escribir para matar las largas horas de soledad,
Asterión afirma que no le interesa nada que sea comunicable entre los hombres,
es más, como el filósofo (aquí se refiere a Sócrates) piensa que nada que valga
la pena puede ser comunicado por la escritura.
La
profunda soledad no sólo lleva a Asterión a inventar juegos, también a meditar
en su casa, el laberinto, hasta concluir que su casa es el mundo, donde son infinitas las galerías, los
pozos, los estanques, e incluso la calle, llena de más pasadizos: polvorientas
calles y muros grises, el laberinto es sólo el centro desde donde todo se repite
innumerables veces todo lo que hay en el mundo. Tal es la soledad de Asterión que llega a creer que incluso
él ha creado las estrellas y el sol. Así lo representa en unas palabras de
tremenda fuerza poética, conmovedoras, tristes, y que generan un hondo placer
estético:
“Sin
embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de
piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar.
Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son
catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo
que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión.
Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me
acuerdo”. (La cursiva es mía)
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The Minotaur (1885). Pintura al Óleo de George Frederic Watts |
En
la resolución del relato, no son los siete adolescentes
y siete doncellas que el rey de Atenas envía a la casa del monstruo en Creta
para que éste los devore como sacrificio para mantener la paz entre los dos
territorios. Asterión da cuenta de nueve hombres que les son enviados para que
los asesine y los libere de todo mal: de la soledad en la que Asterión cree que
viven también los hombres. Ésta identificación entre el mal y la soledad se
justifica cuando acto seguido, Asterión afirma que ignora quiénes son esos
hombres que envían a su casa y que uno de ellos, cual Oráculo, le profetiza
antes de morir que pronto llegará su redentor a liberarlo con la muerte de la
prisión de su soledad: “Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que
vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo”. De esta manera, Borges
haciendo uso del juego de cambio de narrador (que ya ha hecho en otra parte del relato con
un enigmático epígrafe), da un giro imprevisto a la narración y remata el cuento sacando al lector de la mente de
Asterión para llevarlo a presenciar una breve escena protagonizada por Teseo y
Ariadna, en la que se revela que Asterión es el Minotauro y en la que se
muestra como acepta apacible su destino:
“El
Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio
de sangre.
-¿Lo
creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.”.
Asterión, la soledad del diferente y el incomprendido, el corazón de niño atrapado en la apariencia de un monstruo que no puede comunicarse con los humanos. Asterión es el espejo que
muestra con su reflejo invertido la verdadera bestia, el verdadero monstruo, el que yace en los hombres.
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